
Una habitación blanca, con dos camas y muchos artefactos tecnológicos, fue lo que Josh Steen encontró cuando se despertó. La cabeza le dolía como nunca antes y todo le daba vueltas. Intentó levantarse, pero el mareo le llegó de golpe y tuvo que recostarse un poco antes de poder levantar un poco su cabeza para ver mejor. La claridad que entraba por la ventana le cegaba, pero no tardó demasiado en aclarársele la vista y notó que se encontraba en lo que parecía ser una habitación de hospital. De paredes blancas y techo bajo, la habitación estaba perfectamente organizada; un par de camas colocadas al centro de la habitación, mientras que diferentes artilugios médicos los rodeaban y un par de estantes frente al él se mantenían repletos de todo tipo de medicamentos bajo llave.
Levantó su brazo para detener el creciente palpitar que sentía en la cabeza, pero la aguja de la sonda le creó un nuevo y punzante dolor por lo que lo intentó con el otro brazo, creándole una sensación similar. La claridad del sol, en conjunto con el incesante sonido del cardiógrafo, le producía una migraña apenas soportable. Con los ojos entrecerrados, buscó a su alrededor el botón para llamar a alguna enfermera, pero todo lo que divisaba eran válvulas en las paredes y mangueras que salían de máquinas del techo.
Realizó un segundo intento para recostarse, pero le fue imposible conseguir las fuerzas para una tarea de tal magnitud. Se sentía exhausto y el cuerpo le dolía como si hubiese estado en una pelea. Un tercer intento vino acompañado de un par de apagados lamentos y murmullos apenas audibles, una sarta de sonidos guturales salía de su garganta en una tentativa de comunicación. Estuvo a punto de darse por vencido cuando escuchó algo a su derecha.
— ¡Buenos días, bello durmiente! — dijo una voz grave y ronca en la cama contigua.
Con gran dificultad, Josh giró su cabeza para ver a su compañero. Un hombre de mediana edad le devolvió la mirada. Llevaba una bata de hospital y se mantenía sentado en la cama, cruzando los pies y sosteniendo un tazón de sopa con ambas manos. Una desconcertante sonrisa apareció en su rostro, e hizo un esfuerzo para colocar su tazón en una mesita junto a su cama. Se limpió la boca con el antebrazo y se preparó para iniciar una conversación.
— Menuda siesta te echaste — dijo, con una expresión de incredulidad en el rostro. — Debes estar hambriento luego de tres días — continuó, ofreciendo en ademanes un poco de su sopa.
— ¿Dónde estoy? — Dijo el aún recostado Josh.
El hombre estuvo a punto de responder, pero una nueva presencia en la habitación interrumpió su charla. Una bella profesional entró para descubrir que su paciente había despertado.
— ¡Qué bien, ya despertó! — dijo la doctora con una voz madura y muy alegre.
La mujer, de cabello negro y tez clara, se acercó sin prisa a revisar la sonda del recién despertado hombre. Ajustó un poco el flujo del suero y, con ayuda de un control conectado a la cama, la inclinó para que pudiese estar más bien sentado. Josh reaccionó con una mueca de dolor ante la nueva postura, pero pronto descubrió que se encontraba mucho más cómodo en esa posición. Era eso o el aumento de calmantes en su suero comenzaba a hacer efecto.
La doctora arrinconó el pequeño asiento de visitas para despejar un poco el reducido pasillo entre camas y procuró su atención al segundo paciente. Éste la recibió con una sonrisa y, conociendo el protocolo, se inclinó al frente mientras la mujer se colocaba un estetoscopio y escuchaba al hombre respirar. Éste respiraba exageradamente profundo y, cuando vio terminada su labor, se irguió y descansó su aparato en el cuello.
La doctora se relajó un poco y tomó el registro médico de Josh colgado al frente de la cama. Lo hojeó un poco pero era un extenso informe, así que decidió sentarse en el sillón y comenzó a leer el documento. Josh la miraba impaciente, con mil preguntas en la cabeza y casi nada de dolor en su cuerpo. Ella alternaba muecas de preocupación y sorpresa, lanzándole una mirada ocasional. Su actitud inusual de la doctora le creaba un nerviosismo al pobre Josh que iba en aumento.
Por fin, la doctora levantó su vista del documento. Iba apenas a la mitad cuando se dirigió a su paciente de urgencia, dedicándole unas palabras.
— Sr. Steen — dijo fúnebre. — Le seré sincera, luego de lo que pasó no me explico cómo sigue con vida — su voz era condescendiente y su mirada fría. — Más aún, estoy sorprendida de que no se fracturara ningún hueso, no tiene las costillas fisuradas ni mucho menos.
Una sonrisa apareció en el rostro del hombre, pero la doctora le restó la alegría con su seriedad.
— Escúcheme, por favor. Entiendo que tenga los huesos fuertes, pero tiene varias contusiones y su hígado dejó de funcionar; sin mencionar que tardamos varias horas en controlarle la arritmia que le sucedió al infarto y por supuesto tiene el lado derecho completamente quemado.
Con miedo en su mirar, Josh desvió la vista hacia su brazo. Efectivamente, estaba vendado y desprendía un olor a quemado. Una expresión de derrota inundó su rostro, y se “dejó caer” en la cama.
La doctora guardó un momento de silencio, expectante a la respuesta de su paciente, éste mantenía una mirada vacía dirigida hacia abajo, seguramente pensando en lo ocurrido. Pasaron varios minutos antes de que el paciente recobrara un poco la compostura, fu entonces cuando la doctora pudo continuar informando el diagnóstico.
— ¿Se encuentra bien? — preguntó condescendiente.
Él no respondió. Al contrario, se adentró en sus pensamientos. Ella intentó seguir con su cuestionamiento pero el paciente estaba paralizado, pensante, exhausto, pero sobre todo confundido. Intentaba recordar lo ocurrido, pero simplemente fue incapaz de hacerlo. Una sarta de imágenes aparentemente sin sentido cruzaron su mente y su escencia se sentía distante, una vaga sensación que no terminaba de dar forma en su cabeza. Una llamada telefónica, un billete de barco, una luz centellante. Una señal de vida se interrumpió su ensimismamiento, una voz distante y confusa.
La doctora, un poco preocupada por la salud mental de su paciente, se decidió a hacer algo para que volviera en sí. Josh mantenía una aterrada mirada perdida, mantenía la mandíbula tan tensa que sus dientes amenazaban por ceder y una película de sudor frío aparecía en su frente a la par de una completa rigidez de todos sus músculos.
La mujer se apresura a asistirlo, no sin antes presionar un botón en un aparato de su cintura. Sacudida tras sacudida, fue poco el tiempo que le tomó a un enfermero en aparecer en la habitación. La profesional ya había puesto a Josh de lado y el hombre expulsaba saliva a mansalva. 30 segundos y una dosis de medicamentos después, lograron devolverlo a la conversación.
Más dentro de su pesadilla que fuera, el sr. Steen lanzó un grito de terror y se movía con increíble velocidad para alguien en su estado. Lanzaba golpes, manazos y patadas, se encontraba visiblemente aterrado, asediado por algo que se mantenía oculto en su cabeza. Al parecer siendo perseguido, pues intentaba quitarse la asistencia artificial y salir de la cama , poniendo en terrible riesgo su vida.
Se necesitaron de varias enfermeros más para lograr contenerlo. 3 enfermeras, un enfermero, la doctora, y hasta el conserje que pasaba por ahí, fueron necesarios para sujetarlo. Juntos lo devolvieron a la cama y la doctora le inyectó un calmante directamente en el cuello, pues ya se había arrancado toda aguja, sumiéndolo en un profundo sueño casi al instante.
Todos en la habitación, incluyendo al segundo paciente, estaban extrañados ante la reacción del hombre. La doctora pidió un poco de privacidad en el lugar y las enfermeras salieron sin prisa por la puerta.
La profesional se tumbó abatida en el sillón, entendía el porqué de la reacción del hombre, aunque desconocía de qué intentaba escapar. Detestaba tener que sedar a sus pacientes, pero sabía que ponerlo a dormir fue la mejor opción para alguien en su estado. Pronto salió para contactarse con psiquiatría.
— ¡Wow! — interrumpió el silencio el segundo paciente. — ¡Que intenso es el vecino!

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